Pocos pueblos hay en Galicia tan pintorescos y encantadores como Combarro, un pueblo marinero y campesino en el que el tiempo parecería haberse detenido si no sonara de vez en cuando algún motor de explosión. Sus hórreos situados a pie de mar muestran una de las estampas más conocidas de las Rías Baixas. Por lo que no es
Pocos pueblos hay en Galicia tan pintorescos y encantadores como Combarro, un pueblo marinero y campesino en el que el tiempo parecería haberse detenido si no sonara de vez en cuando algún motor de explosión. Sus hórreos situados a pie de mar muestran una de las estampas más conocidas de las Rías Baixas. Por lo que no es de extrañar que la historia de este pequeño pueblecito haya marcado el devenir y la inspiración de dibujantes, pintores y artistas.
El nombre Combarro es un topónimo que se asocia a la raíz comb, que significa curvatura de la costa, nada mejor apropiado con su posición geográfica. En el siglo XII, el pueblo y la vecina isla de Tambo fueron donados al monasterio de San Juan de Poio por la reina Urraca I de León.
Combarro no fue entonces villa ni ciudad, sólo una aldea dependiente de un monasterio. Al carecer de fortificaciones tuvo la ventaja de evitar las frecuentes destrucciones de las localidades vecinas, en tanto que la carencia de un puerto comercial (que está en Pontevedra) no propició que allí se asentara la nobleza y los hombres de posibles que construían los pazos. Por esta razón, sus casas populares y sus hórreos de granito fueron construidos por humildes agricultores y pescadores de litoral.
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